[vc_row][vc_column][vc_column_text]René Vicente Valenzuela Sánchez desapareció el viernes 23 de abril del 2004, a sus 49 años. Fue visto por última vez en la avenida Las Américas y Camino Viejo a El Valle, en la ciudad de Cuenca, provincia del Azuay. Tras 17 años, su hijo René Orlando Valenzuela Andrade, quien trabaja como conductor de una ambulancia, relata cómo este hecho cambió su vida y el difícil proceso que atravesó para continuar con la búsqueda.
La relación con mi padre era muy bonita. Éramos muy cercanos. Me acompañaba a todo lado, siempre cariñoso conmigo, se podría decir que era su consentido. Siempre se preocupó por darnos todo y que no faltara nada en la casa. Fue muy difícil porque junto a mi hermana Viviana, que es un año menor a mí, tuvimos que acostumbrarnos a vivir sin ellos. Mi mamá falleció en el 2002 y nuestro hogar se derrumbó. Pero con la desaparición de papá, fue como si todo se acabara para mí.
Viviana y René Orlando Valenzuela son hijos de René Valenzuela y Luisa Andrade. A sus 23 y 24 años, en ese orden, su padre desapareció y su familia se desintegró completamente. Dos años antes, su madre falleció luego de un accidente al intentar subir a un bus en el Terminal Terrestre de Cuenca.
Aquel viernes, mi papá salió a las 7:15 am, como de costumbre. Trabajaba en Proesa, una empresa de cigarrillos. Salió con un pantalón crema, zapatos color vino y una camisa azul a rayas. Es pequeño, de tez trigueña y cabello negro. Al otro día habíamos quedado en salir juntos. Su jefe llamó en la mañana a preguntarme si había llegado a casa. Entonces me preocupé, fui a verlo en su cuarto y me di cuenta que no llegó la noche anterior.
Ese mismo día inició la búsqueda, su camión, que utilizaba para realizar las entregas, apareció cerca de la Avenida de Las Américas. Estaba parqueado ahí. Pensaron que estaba en el furgón, en la parte de atrás. Los policías rompieron los candados, pero estaba vacío. Para continuar las investigaciones, los agentes nos pedían que cooperáramos pagando sus almuerzos, las tarjetas de teléfono. Era el requisito que nos ponían para seguir. Así que debimos empeñar unas joyas de la familia, pero después de un tiempo desistimos de seguir. No teníamos más dinero para darles.
Optamos por buscarlo entre nosotros, con unos amigos de mi padre. Recorrimos los ríos, por si lo encontrábamos botado en algún sitio. Encontramos un cuerpo sin vida, pero no era él. De la impresión que me generó, me lancé a recogerlo sin importarme nada. Sin embargo, se trataba de otra persona, un adulto mayor.
Después de unos meses, llegó un tío de nombre Hugo Valenzuela, hermano de mi papá. Todo fue muy extraño, vino a decirnos que iba a quedarse con nosotros y a tomar el rol de mi padre. Aseguró que iba a estar a cargo de las investigaciones y yo acepté. Pero, un día llegó a decirme que no había forma de encontrarlo y que los agentes habían cerrado el caso.
La investigación del caso René Valenzuela se cerró en 2008 con el argumento de que no existían suficientes elementos para continuar. En el período entre 2004 y 2008, a René le asignaron cinco fiscales especializados en la recuperación de vehículos robados, mas no en personas desaparecidas.
En 2014 se reabrió el caso. Por entonces se creó la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestros (DINASED). Fue la época en que existieron reuniones con el expresidente Rafael Correa. Vi que la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas en Ecuador (Asfadec) realizaba plantones y decidí viajar a Quito. Di con la dirección de Telmo Pacheco y conversé con él y con Lidia Rueda. Ellos se sorprendieron al verme, pues mis tíos Jenny y Nelson Valenzuela, que vivían en la capital, les habían comentado que René no tenía hijos. Eso me llevó a involucrarme directamente en las investigaciones, me enteré que estaban por recibir una casa, a través del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), así que fui a hablar con las autoridades y evité que les entregaran bienes a ellos como resarcimiento por la desaparición de mi papá.
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Una vez reabierto el caso, el agente policial Juan Ruiz se encargó de seguir la pista de quienes estuvieron a cargo de la búsqueda. Uno de ellos cayó en un operativo realizado en Huaquillas por tráfico de drogas. Al visitarlo en la cárcel, nos dijo que debíamos preguntarle a mi tío Hugo, que él sabía lo que en realidad pasó. Ahí me enteré que mi tío Hugo también tenía una relación con Betty Campoverde, la señora con quien mi papá salía antes de su desaparición. Ella tenía problemas con la familia de su expareja, debido a que el señor falleció en una situación extraña y su hermano amenazó con matarla. A raíz de eso, Betty llevaba un arma en la cartera y hasta tenía un guardaespaldas. Viviana y yo hablamos con mi papá y le sugerimos que era mejor separarse de ella. Al principio se mostró necio, pero la mañana en que desapareció, durante el desayuno, nos dijo que quería contarnos unas cosas sobre Betty. Nosotros le repetimos que era mejor que termine esa relación, pero todo quedó ahí.
Cada vez que Betty acudía a declarar en la Fiscalía, llegaba llorando y diciendo que era una persona de paz. Admito que al principio sentía odio hacia ella. Pero en el último tiempo me dediqué a orar por Betty. Mi pareja actual me recomendó que ore mucho, ella es muy creyente. Y para ser sincero encontré algo de paz siguiendo su consejo. Ahora lo único que deseo es que me diga lo que sepa acerca de la desaparición de mi papá. La impresión que tengo es que mi padre estuvo en el lugar equivocado y en un mal momento.
El tema con las autoridades es que muchas veces no sienten empatía con quienes tenemos un familiar desaparecido. Una de las fiscales, de apellido Guerrero, supuestamente experta en temas de desapariciones, ordenó hacernos cuadros psicológicos a mi hermana y a mí. En total me han realizado siete cuadros psicológicos. La última vez me molesté y les manifesté que llevamos 17 años en el caso y que continúan repitiendo las acciones de cuando todo empezó. Así no se va a llegar a ningún resultado. Cuando cambiaron de fiscal, le expresé a la Dra. Cárdenas la necesidad de buscar a mi tío Hugo y llevarlo a declarar. Ella me dijo que no podían localizarlo, cuando todo el mundo sabe que vive en el sector de La Ecuatoriana, en Quito. En cambio, con el último fiscal ocurrió algo increíble: me llamó a preguntar si no sabía nada de mi papá. Me molesté tanto, que ni siquiera recuerdo su nombre. En total han sido unos siete u ocho los fiscales que estuvieron a cargo del caso.
Son 17 años sin ninguna respuesta. A veces el resto de personas toman estos casos como una burla. Me gustaría que las autoridades a cargo se pongan en los zapatos de quienes tenemos un familiar o amigo desaparecido para que entiendan nuestra realidad. Cuando me puse al frente del caso, caí en un cuadro de depresión. Incluso llegué a tomar pastillas para poder dormir. Quizá los demás no entienden que a mi mamá puedo visitarla en el cementerio, pero de mi papá no sé si estará vivo o muerto. Sería distinto si tanto autoridades como la sociedad entienden que las personas desaparecidas existen, no son una cifra más. Son seres humanos que merecen justicia.
Foto principal: René Orlando Valenzuela en los exteriores de la Fiscalía General del Estado / Archivo Asfadec[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_cta h2=»Autor» shape=»square» style=»flat» color=»white»]
Jonathan Tamayo Vaca (Quito, 1996)
Comunicador Social con énfasis en periodismo graduado en la Universidad Central del Ecuador. Apasionado por el fútbol y la lectura. Los caminos que escogí me llevaron a creer en esta profesión como la herramienta para devolverle la voz a la gente.
Actualmente, voluntario en Asfadec; antes, en Bendito Fútbol, de Grupo El Comercio. Colaboré en proyectos para el Instituto de Investigación en Igualdad de Género y Derechos (Iniged), el Instituto Tecnológico Superior ‘Japón’ y el Movimiento Indígena y Campesino de Cotopaxi (MICC).[/vc_cta][/vc_column][/vc_row]
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